Sunday, November 16, 2025

La República Democrática Alemana

Hace ya unas semanas se cumplió un nuevo aniversario de la caída del muro de Berlín. Tras pensar, leer y volver a pensar, deseo compartir algunas observaciones sobre la República Democratica Alemana (RDA) y su desaparición.

Debo primero precisar que la imposición del socialismo en Alemania Oriental se hizo mancillando completamente la autodeterminación del pueblo alemán y que yo no podría concordar de modo alguno con el manejo estalinista que hubo para la constitución de las llamadas "democracias populares" en Europa oriental. También debe señalarse que a los líderes de la RDA les cabe toda la responsabilidad de la debacle de 1989 debido a su estrechez de criterio y miopía política durante la década de 1980.

Una vez precisado aquello, deseo señalar que la visión entregada por los medios nacionales durante los últimos meses de 1989 fue muy parcial y que la reunificación estuvo lejos de ser una instancia de plena felicidad para las personas; al menos de la RDA.

Como sabemos, el país se dividió en zonas de ocupación tras la Segunda Guerra Mundial, acordándose una "administración conjunta" de la capital porque se pensó en un gobierno conjunto que diera paso a la posterior normalización del país. Los aliados también acordaron que Alemania se reorganizara sobre bases democráticas, que se le mostraría al pueblo alemán cuáles fueron las causas reales de la guerra, que se erradicaría el fascismo y varios otros acuerdos que incluían acabar también con la oligarquía industrial, responsable del ascenso de Hitler.

En la práctica la "administración conjunta" no se dio de modo alguno. Soviéticos y norteamericanos usaban los mismos términos, pero les daban significados distintos durante las negociaciones. La diplomacia de Stalin tampoco mostró flexibilidad. La ciudad fue parcelada como el resto del país y cada potencia ocupante tomó decisiones para su zona de ocupación. Con el tiempo, Francia, R. Unido y E.E.U.U. lograron un acuerdo para unificar sus parcelas territoriales, pero no hubo acuerdo con la U.R.S.S. Ante esa situación, los aliados occidentales se percataron que si abandonaban Berlín, la zona de ocupación soviética se perdería para siempre.

Debe señalarse que la parte industrializada de Alemania quedó al occidente; el oriente había sido predominantemente agrícola y tradicional hasta esa fecha. Dentro del esquema dado por el Plan Marshall los norteamericanos generaron una nueva moneda para Alemania: el marco occidental, que no contó con la aprobación de Stalin, con lo que la separación entre dos estados se hizo irreversible. Los soviéticos bloquearon los accesos terrestres a Berlín Occidental, por lo que los norteamericanos realizaron un costoso puente aéreo para abastecer la ciudad.

Cuando la cortina de hierro ya era un hecho, se vio conveniente en términos políticos la idea de dejar un pie puesto dentro del bloque soviético. Con la fuerte inversión norteamericana en Alemania Occidental y las dificultades de la posguerra, la población buscó desplazarse a Occidente. E.E.U.U. vio que podía sacar ventaja de esa situación para triturar económicamente a la joven R.D.A. Berlín Occidental fue la pieza clave del proceso. La ciudad se benefició de arreglos urbanos, de nuevas edificaciones, de tiendas atractivas, de un festival de cine y de una nueva universidad, ya que la Humboldt quedó del otro lado. Vale decir, el propósito norteamericano fue convertir Berlín Occidental en una vitrina o mall gigante destinado a impresionar a la gente del este. A esto se suma que el marco occidental era más caro que el oriental. Como no había separación física entre los "dos Berlines", la gente de Berlín Occidental podía adquirir los artículos subsidiados de primera necesidad en Berlín Oriental, lo que presionaba hacia la escasez y la inflación. En Cuba los norteamericanos también buscaron generar inflación, pero ahí lo hicieron tratando de inundar la isla de billetes. Pese a todo, la RDA logró industrializarse y su economía gozó de buena salud, aunque dependía de la U.R.S.S. y cuando esta se empezó a desmoronar los efectos no tardaron en hacerse sentir. Nunca tuvo el estándar de vida que tuvo Alemania Occidental, pero es una falacía que su economía todo el tiempo haya sido un desastre.

Una de las regalías por vivir en Berlín Occidental era eximirse del servicio militar, por lo que una buena cantidad de objetores de consciencia fueron a dar allá. La paradoja es que esto significó la presencia sistemática de izquierdistas y socialistas no alineados con el esquema soviético. La paradoja es que los berlineses occidentales que participaron en la destrucción del muro en 1989 fueron en gran medida representantes de esta izquierda que ahora llamaríamos "woke".

Las ciudades suelen ser polos de desarrollo económico. Calama, por ejemplo, es un nodo para la minería así como Valparaíso es un nodo portuario. Berlín Occidental era una cabeza sin cuerpo que no administraba tarea económica relevante alguna, pero se veía a sí misma como un pilar de la diversidad cultural y una muestra de las ventajas materiales de la libertad capitalista. En realidad, era un escaparate de consumo con mucho de artificial donde los norteamericanos invirtieron más dinero que en la mayor parte de América Latina y el Caribe durante los años 50 y 60. En este oasis de diversidades no tardaron en hacerse ver los problemas que suelen enfrentar las grandes urbes, partiendo por el comercio sexual fuera de la Ley. A esto se suma la presencia militar que, con o sin muro, los occidentales la habrían tenido igual. Por consiguiente, también es falaz afirmar que el muro convertía a Berlín en una ciudad militarmente amenazada.

La reunificación se hizo bajo la constitución política de la RFA, lo que equivale a una anexión. Las empresas de la RDA fueron liquidadas y privatizadas a precios irrisorios. La mayor parte de la fuerza laboral de la RDA quedó cesante entre 1989 y 1990. Los adultos mayores tuvieron sus jubilaciones convertidas al marco occidental y el costo de la vida se encareció abruptamente porque la protección social del Estado oriental se acabó de la noche a la mañana. Hubo gente buscando alimentos en la basura. Por otro lado, los occidentales "limpiaron" las instituciones y las universidades orientales de elementos comunistas, o mejor dicho de lo que ellos calificaban de "comunistas".

Durante la primera mitad de los 90 la cesantía en la ex RDA era del 23%, casi un tercio de la población alemana vivía ahí, pero generaba menos del 10% del PIB nacional. Se puede culpar a los errores e ineficacias de la economía centralmente planificada, pero también es verdad que la RFA pudo haber apoyado de mejor manera a sus compatriotas y que la integración debió ser graduada. En realidad, Alemania Occidental engulló a la RDA. Hasta el día de hoy a los orientales se les trata con menoscabo. Ahí es donde están los rebrotes de fascismo en el presente por las expectativas capitalistas incumplidas y donde mucha gente "ostálgica" sigue pensando que habían fundadas razones para edificar un muro entre los dos berlines.

Thursday, October 23, 2025

A golpe de ensayos.

No importando nuestro estatus, nuestra educación o nuestros ingresos, todos los seres humanos buscamos certezas y desarrollamos pautas para enfrentar la vida. Esta doble inquietud explica muchas cosas y es la razón más sencillamente profunda para explicar por qué existe la filosofía y por qué se ha de filosofar mientras exista humanidad en cualquiera de las latitudes del mundo.

Hay quien todavía cree que el desarrollo de la filosofía en Hispanoamérica es embrionario y como prueba de ello es que los hispanoparlantes careceríamos de filósofos a la altura de Platón o de Heidegger. También se ha pensado que nuestra lengua carece de la “plasticidad” de idiomas como el griego o el alemán para generar distinciones semánticas finas o cadenas lógicas sofisticadas. Si eso fuera efectivo, ninguna traducción de obras filosóficas al castellano sería posible. Pero los hispanos contamos con magníficas traducciones y nuestros lectores son capaces de captar las sutilezas expresadas por grandes pensadores de lengua foránea. Incluso puede plantearse que autores como Aristóteles, Kant o Marx cuentan con algunos de sus más grandes estudiosos en América Latina. Por otro lado, es posible mencionar a grandes pedagogos de la filosofía como Humberto Giannini o Jorge Millas. A decir verdad, los hispanos contamos con importantes conocedores de la disciplina, que en nada desmerecen respecto los conocedores nacidos y educados en otra latitudes.
Como respuesta retórica podría señalarse que nuestros pensadores no han sido creativos o propositivos. Autores como Humberto Maturana o Mario Bunge permiten señalar lo contrario. A decir verdad, los grandes areópagos no se ubican en lugares como Chile o Nicaragua y en aquellos existe una cultura de lo académicamente aceptable donde los nuestros escasamente son citados como fuente intelectual digna de mención. Basta con pensar las dificultades que S. Ramón y Cajal hubo de sortear para que su modelo neuronal fuese aceptado y la parábola del astrónomo turco de “El Principito” puede ser evocada como un irónico referente.

Pero también hay otra faceta digna de mención. Nuestros conocedores de la filosofía y los seguidores de los grandes filósofos ¿han facilitado sinceramente la emergencia de nuevas ideas o enfoques? En las universidades chilenas abundan los lectores de uno u otro autor. A modo de ejemplo, se escucha a determinados académicos diciendo “aquí se ofrece una nueva lectura de Kant o de Hegel”. Ante eso el lego se pregunta por qué estos señores no piensan por sí mismos y simplemente citan a Kant o a Hegel cuando deban incorporar alguna idea original de estos. También se dice que, en este momento del desarrollo intelectual, resulta muy difícil que alguien sea capaz de desarrollar un enfoque nuevo sobre temas antiguos. Puede ser que los “tutores” de la filosofía en Hispanoamérica teman que alguien cambie sus impecables convicciones escolásticas por ideas nuevas que no necesariamente reproduzcan lo ya planteado, en una situación similar a la paradoja del llamado “efecto cangrejo”.
Paralelamente, los hispanoparlantes han volcado su inventiva filosófica en la literatura. La prosa de Borges, Mistral o García Márquez lo ejemplifica de modo magnífico. No solo mediante la novela o la lírica, también mediante ensayos de primer nivel, en una época donde los grandes sistemas filosóficos parecieran ya ser cosa del pasado.

Aun a golpe de ensayo y buscando hilos conductores entre estos, todavía es posible entretejer un pensamiento medianamente sistemático, coherente y pertinente a las inquietudes filosóficas; tal como lo hizo Ortega y Gasset, a quien muchos parecieran espetarle que no haya producido un gran texto donde encontrar la clara exposición sistematizada del conjunto de su pensamiento.

Un golpe de ensayos se asemeja a un “tartamudeo” que, no obstante su condición, puede comunicar un pensamiento válido para enfrentar la contingencia y comprender un vertiginoso mundo bajo una mirada coherente; tal como las cartas de Pablo fueron destellos de lucidez para esclarecer y sistematizar una posterior metafísica cristiana. Feliz tartamudo será quien entienda el pensamiento de nuestros predecesores como un instrumento del que podemos extraer bellas melodías y no recitativos que debemos replicar. Destellos melódicos que serán sinfonía en su conjunto.

Wednesday, September 17, 2025

¿Emoción o sentimiento moral? Apuntes para la lectura de Smith.

Cualquier transeúnte puede observar que las emociones y los sentimientos inciden en las acciones que emprendemos los mamíferos, pero también en algo específicamente humano: los juicios morales. La indignación o el agradecimiento están ahí para demostrarlo. Por otro lado, gran parte de las discusiones sobre el valor de la ética evocan o apuntan a dilucidar si la ética consiste en el desarrollo de virtudes, en el apego a principios o en generar beneficios compartidos. A veces, en esas discusiones pareciera que las pasiones son algo que estaría sobrando o entorpeciendo nuestra condición de seres racionales y ajenos a la animalidad.

El mismo Adam Smith que conocemos como el padre de la economía desarrolló una vasta teoría moral donde las emociones y los sentimientos poseen protagonismo. Su texto “La Teoría de los Sentimientos Morales”, con seis ediciones desde 1759, sistematiza las relaciones entre pasiones, acciones y evaluación lógica que Smith observó empíricamente; pero guardando el anhelo deontológico de verlas orientadas hacia el desarrollo de espíritus virtuosos. Smith llegó a ser el arquitecto de una síntesis entre la observación de su entorno social inmediato, las tendencias generales de su época (moderna) y su amplio conocimiento de la filosofía que incluyó tanto a la ética aristotélica como el aporte de los pensadores británicos que le antecedieron.

En el presente se dispone de una comprensión amplia y profunda sobre el enfoque de Smith; incluso en el medio nacional se destacan académicos como Leonidas, Montes, Alejandra Carrasco o Nicole Darat; por citar algunos. No hay una barrera lingüística insalvable y aunque fue un autor de pensamiento riguroso, también lo fue de letra legible e incluso amena. Durante las últimas tres décadas Smith ha inspirado y sigue inspirando una cantidad creciente de ensayos, artículos e investigaciones. Se han discutido los principales conceptos que planteó, las implicancias de su enfoque y qué lugar ocupa su ética dentro de la Historia del pensamiento. También se ha discutido en torno a sus semejanzas y diferencias con otros enfoques, tales como el utilitarismo o la deontología.

Quien se adentre por vez primera en una teoría “de los sentimientos morales” esperará lógicamente que se le explique en qué consiste un sentimiento moral. Curiosamente, y dentro de lo que se ha escrito sobre Smith, resulta difícil encontrar una explicación precisa sobre lo que debe entenderse como un sentimiento moral, considerando tambien que el escocés estuvo lejos de fijar una definición cartesiana del concepto. Incluso, Smith no pareciera haberse interesado en plantear una distinción quirúrgica entre sensaciones, sentimientos y emociones. Utilizó los términos “pasión” y “sentimiento” de modo indistinto.

Por consiguiente, indagar sobre lo que es un sentimiento moral representa una forma distinta de asir la ética de Smith a como lo han hecho sus lectores. Precisar el concepto aportará al neófito en la comprensión de “La Teoría de los Sentimientos Morales” y permitirá al avezado considerar un nuevo ángulo para la reflexión.

Pesquisar los significados y usos formales en la propia lengua ha demostrado eficacia en discusiones conceptuales. Según el Diccionario de la R.A.E. (www.rae.es) puede entenderse un sentimiento mediante dos acepciones. La primera es el “hecho o efecto de sentir o sentirse” y la segunda es el “estado afectivo del ánimo”. Estas definiciones son bien escuetas, muy generales e indican que la lengua castellana puede dar un uso amplio al término. Por el contrario, el término “sensación” posee cinco acepciones, de las cuales hay dos pertinentes al tema aquí tratado. Una dice “impresión que percibe un ser vivo cuando uno de sus órganos receptores es estimulado” y la otra “percepción psíquica de un hecho”. Se colige que la sensación indica la percepción resultante de los sentidos, que indefectiblemente afectan a la consciencia; en cambio, el sentimiento indica la afección de la consciencia individual en términos de sí misma, pudiendo ser causado por un recuerdo, una experiencia o la recepción de una noticia, entre otros eventos. Visto así, cabe la posibilidad que una o varias sensaciones puedan generar uno o más sentimientos. Por ejemplo, observar el sufrimiento de una persona cercana y escucharla hablar al respecto genera los sentimientos de tristeza y solidaridad. Por el contrario, la sensación de agrado por el éxito de una persona cercana o admirada genera un sentimiento de felicidad:

El regocijo que nos embarga cuando se salvan nuestros héroes favoritos en las tragedias o las novelas es tan sincero como nuestra condolencia ante su desgracia y compartimos sus desventuras y su felicidad de forma igualmente genuina. Sentimos con ellos gratitud hacia los amigos fieles que no los desertaron en sus tribulaciones, y de todo corazón los acompañamos en su enojo contra los pérfidos traidores que los agraviaron, abandonaron o engañaron. En toda pasión que el alma humana es susceptible de abrigar, las emociones del espectador siempre se corresponden con lo que, al colocarse en su mismo lugar, imagina que son los sentimientos que experimenta el protagonista (Smith, 1997, pág. 52).

Es factible, entonces, enfocar la sensación como una pasión generada con la inmediatez de los sentidos o del pensamiento sobre sí mismo  y el sentimiento como una pasión que va más allá de lo efímero o momentáneo.

Las sensaciones y los sentimientos pueden generar afinidad o rechazo; complementariamente, la cercanía puede generar pasiones. Una incivilidad al interior del transporte público, por ejemplo,  generará afinidad hacia quienes la rechacen y distanciamiento hacia quien la protagoniza. La cercanía no es una sensación, pero las sensaciones pueden generar acercamiento o afinidad. En esto consiste la simpatía que, para Smith corresponde a “(…) nuestra compañía con el sentimiento ante cualquier pasión” (Smith, 1997, pág. 52); vale decir, la simpatía sería un “sentimiento sobre sentimiento”. No obstante, se simpatiza también con personas, situaciones u organizaciones. “Simpatizamos incluso con los muertos” (Smith, 1997, pág. 55) y los muertos no tienen pasiones.

La simpatía encierra las ideas de “afinidad y agrado”. Simpatizar con la tristeza de una persona no significa que la tristeza sea agradable; es un hecho que compadecer la tristeza se acompaña de la sensación de incomodidad. No obstante, genera agrado simpatizar con la situación alguien en la medida que esa persona merezca la simpatía. De este modo, simpatizar incluye, al menos, una mínima evaluación lógica respecto aquello que despierta dicho sentimiento. La evaluación lógica de las causas y los efectos de una conducta conlleva varios raseros: la utilidad, la moda, la cortesía, el bien, etc. que no necesariamente son contradictorios entre sí; incluso pueden complementarse. No obstante, para que la evaluación tenga valor moral debe constituir una observación enfocada desde algún parámetro ético o por lo menos, desde un conjunto de parámetros complementarios entre los cuales la moralidad sea el factor integrador.Aquellas pasiones generadas por la evaluación de una conducta son sentimientos morales si dicha evaluación fue realizada bajo una perspectiva inspirada o referenciada por, al menos, un parámetro moral.

De este modo, la indignación, la compasión, la deshonra, la gratitud, la misericordia y el deseo de justicia constituyen algunos ejemplos de sentimientos morales en la medida que son pasiones resultado de alguna observación donde la moralidad representa el elemento inexcusable para determinar lo correcto o lo incorrecto generándose el sentimiento consecuente. Por su parte, un parámetro o estándar moral es, en el sentido que le dio Velásquez (2012, págs. 10-13) cualquier referente ético que pueda traducirse en una norma para la conducta. En el desenvolvimiento humano las virtudes, las máximas, los valores, los imperativos categóricos y las reglas morales específicas constituyen estándares morales para guiar el discernimiento y la acción.

La simpatía y la antipatía son las expresiones prácticas de la empatía, que puede ser vista como el soporte anímico o emocional que enmarca la relación de un individuo con su entorno. Aquellos sentimientos, el de afinidad y el de rechazo, posibilitan la existencia de los sentimientos morales, pudiendo ellos mismos ser sentimientos morales en la medida que se constituyan cumpliendo la condición de tener al menos un estándar moral como estímulo. La simpatía, o su par opuesto, puede constituirse sobre otro sentimiento; vale decir, puede simpatizarse con la indignación o resentimiento de una persona, por ejemplo. De este modo, la simpatía, en cuanto sentimiento moral, puede constituir un meta-sentimiento o, en otro lenguaje, como un sentimiento moral de segundo orden siempre que nazca respecto de otro sentir y no respecto de una acción o de "los muertos".

De este modo, se ofrece una definición de sentimiento moral acorde al enfoque de Smith, que fue dilucidada con el conocimiento de sus ideas y que apoya la lectura de su texto. No obstante, un lector atento observará distintos grados e intensidad de los sentimientos morales tal como aquí fueron definidos. La indignación natural que un transeúnte siente cuando presencia un robo con violencia puede ser tan efímera como espontánea. En cambio la tristeza que embarga pensar en un error que ya no podrá remediarse es más profunda, duradera y es evidente que ha sido resultado de una reflexión realizada con alguna profundidad. Es posible visualizar entre ellos una distinción mediante un término complementario: la emoción.

La emocionalidad constituye una dimensión compleja del espíritu humano que posee un rasgo definitorio dentro de lo sensorial: el cambio anímico. "Emocionarse" implica una alteración generada a partir de lo percibido, tanto de modo involuntario, como por alguna disyuntiva que implique una actitud expectante, "algún hecho emocionante".

La indignación frente al robo accidentalmente presenciado no deja tiempo para una profunda reflexión a la luz de algún precepto moral; es una reacción espontánea frente a algo contingente. El segundo ejemplo implica lo contrario: una reflexión consciente, desarrollada sobre la base de un estándar moral y que genera un sentimiento perdurable. Por consiguiente, es posible proponer la distinción entre una emoción moral, entendida como respuesta de moralidad espontánea, y un sentimiento moral, entendido explícitamente como el efecto anímico que prosigue al juicio analítico de una situación a la luz de un estándar moral. Es similar a la simpatía espontánea o refleja, pero no se reduce a ella. La indignación espontánea que se pone como ejemplo no es ni simpatía ni antipatía, sino una emoción distinta. Incluso, podría pensarse que la simpatía natural o refleja provocada por algo agradable sería una emoción moral, pero aquella no siempre tiene por referente un estándar moral para constituirse.

La emoción moral que surge con la observación de la contingencia inclinará la balanza de nuestros juicios hacia uno u otro lado, pero es el razonable discernimiento con que orientamos nuestra observación de la realidad lo que hará madurar nuestros sentimientos morales. Así es como los humanos transitamos de lo sensorial a lo racional y viceversa. Esa razonable capacidad para equilibrar ambas dimensiones constituye nuestra inteligencia ética, algo tan necesario como poco pesquisado en Occidente.


Trabajos citados.

  • Smith A. (1997). La Teoría de los Sentimientos Morales (C. Rodríguez Braun, Trad.) Madrid: Alianza Editorial S.A.
  • Velásquez, M. G. (2012). Ética en los Negocios. Conceptos y Casos. (Séptima ed.). Méjico: Pearsons Education.
  • Diccionario de la Lengua Española (s.f.). Recuperado el 14 de septiembre de 2025, de Real Academia Española: https://www.rae.es.

Thursday, August 21, 2025

Una falacia sustantivista

Los (as) señores(as) posprocesuales han señalado en reiteradas ocasiones que enfocar los procesos prehispánicos y etnográficos sobre la base de principios de optimización materio-energética constituye una proyección del sistema capitalista sobre el registro arqueológico y, por consiguiente, una combinación entre autoritarismo académico y colonialismo solapado que permite visualizar el carácter imperialista no sólo del procesualismo, sino también de la ciencia en su conjunto. En consecuencia, la arqueología no sólo ha de conocer e interpretar las culturas del pasado sobre la base de los códigos culturales generados por ellas mismas, sino también posicionar dichos códigos como sustento de visiones sobre el pasado con la misma validez de la arqueología formal. Esta postura revestiría además un carácter ético y permitiría la superación de la arqueología como una disciplina vestida con "delantal blanco".

Quienes razonamos y nos movemos por el mundo guiados por la lógica más elemental observamos estos ejercicios intelectuales como una forma valiosa de conocimiento que podría nutrirse de la experiencia en otras disciplinas científicas ubicadas un poco más allá de la arqueología y etnografía. Por la sencilla razón que la crítica fundada en una autorreferencia intelectiva y que, además, pretende una calidad moral superior, no sólo resulta imponente sino además desagradable para todos los que no han sido "iluminados" por un punto de vista que ni siquiera es representativo del conocimiento antropológico-arqueológico sino que de corrientes específicas dentro de éste. Considerando además el carácter marginal de la arqueología dentro de la ciencia y que es, al menos discutible, su impacto y relevancia social real.

Una primera observación fue realizada sobre los congresos de las llamadas ciencias "duras". Entre sus participantes suele haber representantes de prácticamente todas las áreas culturales del planeta, ya sea científicos japoneses, chinos, argentinos o malayos. Incluso existe la posibilidad que los occidentales se encuentren en minoría; no obstante, en dichas instancias académicas se interactúa y se informa mediante los códigos de la ciencia moderna. Tampoco  hay mayor inconveniente en colocarse el delantal blanco cuando se requiere como no lo hay entre los hodderianos cuando un médico los atiende.

¿Empatía o simpatía? Reflexiones junto a Adam Smith.

 La inmediatez de la satisfacción y esa manía por que el placer sea intenso son conductas que resaltan cuando observo lo cotidiano. Me preguntaba si será acaso por un quiebre generacional, dado que son casi cinco décadas las que llevo en el mundo. En tiempos de Pinochet me tocó ver a personas resignarse frente a un teléfono público que no funcionaba así como en momentos más recientes me ha tocado ver a jóvenes proferir duras groserías porque el internet de su celular está un poco más lento de lo habitual.

La masificación de las comodidades o bien el acceso a mejores condiciones de vida han contribuido a que las personas, al menos en nuestra cultura, no busquen adaptarse al mundo sino a esperar que el mundo se adapte a ellos. Es fácil pensar que la inflación de lo sensorial afecta a los más jóvenes, pero la intolerancia y consecuente agresividad ha aumentado en todas las edades. Además, las personas son más proclives a la renuncia y al cambio no sólo laboral sino también de convicciones. Todo esto se traduce en la renuncia a las empresas, las iglesias o los partidos políticos. La oferta de oportunidades laborales, convicciones personales y demandas sociales se ha diversificado junto con la proliferación de la intolerancia sensorial. Las empresas cada vez experimentan más dificultades para retener a sus empleados, la Iglesia Católica perdió la hegemonía dentro del mundo cristiano y el antiguo duopolio político chileno se ha centrifugado al punto de fragmentarse en una diversidad de partidos y movimientos que antes sólo eran tendencias internas dentro de los dos grandes conglomerados.

Las parcialidades fragmentadas que resultan de este proceso saben que son parcialidades, pero tienen pretensiones de totalidad en modo consciente y deliberado. Para las iglesias de inspiración pentecostal no hay salvación fuera de la Biblia y para ciertos exponentes de todos los colores partidarios habrían “parcialidades” políticas que no deberían existir.

Una postura que pareciera desafiar las tendencias totalizantes aboga por la diversidad, por la inclusión y por la tolerancia, argumentando por la dignidad de cada individuo y por el valor de cada tendencia cultural. Pero dicha postura no siempre es consciente de sostenerse más en declaraciones de principios que en una observación ecuánime o bien ponderada sobre el conjunto de la realidad. La ética subyacente a la filosofía política desde la Revolución Francesa en adelante, que traslucía la convicción imperativa que “somos todos iguales”, hoy pareciera haberse transformado en su contrario para señalar que “somos todos distintos”, de forma categórica y totalizante.

El giro pragmático que la filosofía ha dado en las últimas décadas coincide históricamente con el deseo, inconsciente o deliberado, de adaptar el mundo a la sensibilidad de cada uno y con lo que pareciera ser el paso desde una atmósfera propicia para una ética “de la igualdad” a otra generadora de una ética “de la diversidad”. Tampoco es una simple coincidencia que ambos procesos coexistan con la proliferación de uno de los lugares comunes más característicos de la actualidad: el concepto de empatía, un término al que fácilmente puede recurrirse y que, como todo vocablo de moda, su utilización oscila desde un significado simple, asible y minimalista hasta la difuminación del sobre uso, donde el término se adapta al habla de cada uno, careciéndose de una mirada crítica y reflejándose una cómoda pobreza intelectiva.

El portal corporativo de la R.A.E. (https://www.rae.es/siempre será un asiento firme y asible para abordar un concepto. Ahí se señalan dos acepciones: la primera indica que la empatía es el “sentimiento de identificación con algo o alguien” y la segunda que es la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Ambas acepciones están íntimamente relacionadas bajo un esquema de secuencia; vale decir, una capacidad y un sentimiento donde éste es el resultado del ejercicio de aquella.

Según el Diccionario Etimológico Castellano en Línea (https://etimologias.dechile.net) la palabra “empatía” proviene del término “empátheia”; lo cual pareciera una deriva directa por uso, pero el término fue rescatado por la psicología a comienzos del siglo XX, dándole un uso y significado distinto al original griego, que más bien correspondía al concepto de pasión o padecimiento. 

Según la filósofa Anna Donise (2019, págs. 54-61), fue el psicólogo y filósofo alemán Theodor Lipps quien incorporó el vocablo “einfühlung” para comprender la relación entre el individuo y el mundo circundante. “Ein” (uno) y “fühlung” (sentir) sería el sentir de un individuo respecto de lo observado. A modo de ejemplo, puede un individuo sentir el temor al observar a otro individuo realizando una acción riesgosa, como sería el caso de un espectador presenciando a un equilibrista sobre la cuerda floja. Bajo esta perspectiva, el concepto corresponde a un proceso de mímesis y proyección intersubjetiva. Posteriormente, “einfühlung” fue considerado por el pensamiento fenomenológico alemán y, paralelamente, traducido al inglés por el psicólogo Edward Titchener, quien generó el neologismo “empathy” (Op. cit., pág. 54), de donde proviene el sentido psicológico que se le atribuye hoy. De este modo, en el lenguaje actual y cotidiano se entiende la empatía como la capacidad de sensibilizar los sentimientos, los ánimos o las emociones de una persona, “conectando” o “sintonizando” con ellos. Entendido de esta manera, la empatía evoca tanto la compasión como la afinidad, cobrando sentido en un mundo donde, paradójicamente, mientras más se depende de los frutos de la racionalidad tecnocientífica los individuos parecieran volverse más sensoriales e incluso irreflexivos a la hora de esperar que el mundo les encaje como ropa a la medida.

Si bajo la ética de la igualdad se tendía a imponer criterios bajo proyectos como el soviético, en la ética de la diversidad las parcialidades buscan imponer sensibilidades, donde algunos han propuesto a la empatía como la piedra angular sobre la que debería fundarse un mundo más humano. No solo desde la filosofía moral, sino desde cualquier mirada meridianamente letrada puede cuestionarse si la empatía, en el sentido corriente de la palabra, puede constituir un principio de ética, constatándose que los manipuladores, canallas y estafadores suelen ser personas tremendamente “empáticas”. Por el contrario, abundan los casos de personas con alguna afección psicológica que mella sus habilidades sociales, pero que, al mismo tiempo, exhiben un alto compromiso con sus valores morales frente a un entorno donde, paradójicamente, las personas con frecuencia son tratadas como celulares sin preocupación “empática” por ellas, pero donde se espera que agraden como Tik Tok.

No obstante estas observaciones, se trata de un concepto que permite establecer distinciones sobre la realidad. En otras palabras, la empatía existe empíricamente. Lo preocupante es el uso simplista, acrítico, impregnado de moralina e incluso egoísta que cotidianamente se hace del vocablo. Frente a esto la filosofía moral debiese advertir de modo contundente sobre el peligro de reemplazar la reflexión ética por un psicologismo superficial aunque versátil, donde lo normalizado no siempre es lo moralmente bueno o a lo conceptualmente preciso. En el caso contrario, esgrimir una postura moral que no admita la existencia de la empatía y sus procesos asociados equivale a una reflexión sesgada respecto la realidad.

Las pasiones como los sentimientos, las sensaciones y las emociones inciden en la conducta moral. A. Smith (1723-1790) y los pensadores británicos que le antecedieron lo comprendieron perfectamente. En nuestro país aún hay personas que se sorprenden al saber que A. Smith escribió algo más que economía. Su texto “La Teoría de los Sentimientos Morales” ha demorado en divulgarse; quizás por el embrujo con que el estilo francés nos cautivó durante el siglo XIX o quizás por el avance arrollador de los pensadores alemanes con sus prometedoras proyecciones políticas o morales. Por su parte, Europa redescubrió el pensamiento moral de Smith recién hace menos de medio siglo.

Es imposible abarcar la vastedad del pensamiento moral de Smith en unas páginas de ensayo; pero es posible ofrecer algunas apreciaciones desde uno de sus conceptos centrales, contribuyendo a una reflexión pertinente: el concepto de simpatía; que en su etimología está lejos de circunscribirse a lo ”gracioso” o a lo “lindo”. La palabra proviene del griego “sympátheia”, que se entendía como “compartir o acompañar el sentir” (https://etimologias.dechile.net). En el latín corresponde a “compassio”, de donde proviene el término compasión, tal como lo heredaron las lenguas romances y lo valoraron los pensadores cristianos, varios siglos antes que el psicologismo descubriera el agua tibia. Smith señala que la simpatía “(…) aunque su significado fue quizás originalmente el mismo, puede hoy utilizarse sin mucha equivocación para denotar nuestra compañía con el sentimiento ante cualquier pasión” (Smith, 1997, pág. 52).

A diferencia del uso actual del término “empatía”, el significado con que Smith reflexionó la simpatía no implica un quiebre etimológico o un uso forzado respecto de la visión grecorromana, de donde lo rescató la moral sentimentalista británica. Con total coherencia semántica, y conocimiento de la filosofía clásica, el pensamiento de Smith introdujo una precisión valiosa al comprender la simpatía como un proceso interno del individuo respecto alguna conducta observada. “La simpatía (…) no emerge tanto de la observación de la pasión como de la circunstancia que la promueve. A veces sentimos hacia otro ser humano una pasión de la que él mismo es completamente incapaz, porque cuando nos ponemos en su lugar esa pasión fluye en nuestro pecho merced a la imaginación, aunque no lo haga en el suyo merced a la realidad” (Smith 1997, pág. 54). Vale decir, el concepto de simpatía de Smith no indica solo la afinidad que surge espontáneamente respecto los sentimientos o las acciones de una persona, sino más bien una afinidad que emana de la evaluación de las causas de un comportamiento. Esto significa, por ejemplo, que un lamento provocado por una causa irrelevante estará lejos de generar simpatías o que la muerte de una persona generará compasión en el entorno, aunque a los seres queridos les afecte menos de lo que sus cercanos esperan.

Tal como se aprecia, el significado formal y así reflexionado de la simpatía converge con el significado usual y corriente que se le da a la empatía. Hay un tercer concepto relevante cuyo abordaje aporta a un cuadro más completo: la antipatía, que claramente representa el sentimiento de rechazo, contrario a la simpatía y su par opuesto. En ”La Teoría de los Sentimientos Morales” la palabra “sympathy” aparece mencionada 186 veces, mientras que el par complementario “antipathy” solo es mencionado cinco veces, lo que ofrece una pista precisa sobre la relevancia que Smith dio a un concepto en detrimento del otro. Esto no mella el aporte del autor y desde el punto de vista del lenguaje puede plantearse la codificación simpatía/antipatía con total coherencia etimológica, al igual que bajo la óptica sentimentalista británica. Qué lugar le cabe a la empatía, entonces.

Una posibilidad es homologar el concepto de simpatía planteado por Smith con el uso corriente de la palabra empatía; pero, quizás el planteamiento sentimentalista pueda ser profundizado y complementado de otro modo: entendiendo a la empatía como la capacidad de un individuo para percibir las pasiones de los demás individuos y reaccionar anímicamente en consecuencia, generándose simpatía, antipatía o apatía, las que, a su vez, son enfocadas desde la moralidad cuando la evaluación lógica de dichas pasiones se hace a la luz de un parámetro moral. Vale decir, la simpatía o la antipatía como sentimientos morales. Complementariamente, la filósofa Anna Donise (2019) ha planteado que la empatía no genera la moralidad, pero es una capacidad que posibilita conocer emocionalmente al mundo y a las personas. ¿Podría pensarse, entonces, que la empatía es lo que posibilita el planteamiento moral? Observando el beneficio o daño que los actos humanos infieren sobre los mismos humanos pueden generarse reglas de convivencia desde lo racional y sin necesidad de enfocar desde los sentimientos. Los admiradores del pensador de Königsberg lo han sabido con precisión.

La empatía aporta netamente a la percepción, cuya información ha de ser medida en términos del discernimiento a la luz de principios morales. Enfocado de este modo, la empatía puede ser vista como el soporte anímico o emocional constituido en términos de la comunicación intersubjetiva, siendo afectada por ésta como también por otros estímulos del entorno. Es el dominio donde se generan los sentimientos morales tras la observación y la codificación lingüística la expresa mediante los sentimientos morales de simpatía o antipatía. Por consiguiente, la empatía no ha de entenderse como sinónimo de simpatía sino como su condición de posibilidad. En términos simples puede entenderse la empatía como la variable y la simpatía como el indicador, donde, lógicamente, la ausencia de la variable es la “apatía” o indiferencia.

Se equivoca entonces el común denominador de la gente cuando señala que alguien “tiene mucha empatía” para denotar la capacidad de simpatizar con sentimientos o causas, porque confunde la variable con el indicador; igual como señalar que alguien “tiene mucha estatura” porque estatura tienen todos los individuos, algunos altos y otros bajos. Por otro lado, pueden los viandantes comunes y silvestres informarse que la justicia, la solidaridad, el decoro o la amistad son ejemplos de principios de ética. Si la empatía se halla presente con ellos, será aceptable; si la empatía no está presente con ellos, será aceptable igual. Por tanto, juzgar moralmente con la empatía como rasero se torna superfluo; aspecto donde también se equivoca el común denominador.

Desde la mirada propuesta puede escaparse del simplismo sicologista y puede también enfocarse el escenario actual mediante una reflexión inspirada desde la Filosofía sentimentalista preexistente; donde ya no se requerirá borronear la palabra “simpatía” en la obra de Smith para sobrescribir “empatía” encima. Se concuerda con la historia etimológica de los términos que pasan a integrarse bajo una propuesta que enriquece la auto-reflexión de un mundo que pareciera irritado sensorialmente por su propio devenir, donde rige el desconocimiento de la autocrítica en aquellas parcialidades que buscan acomodar el mundo a sus propios códigos, pero sin esforzarse por entender que hay razones y pasiones más allá de los sentimientos propios; que parecieran mantenerse gracias a la retroalimentación circular entre emociones y convicciones dentro de la comodidad sensorial, que siempre será un candado difícil, pero no imposible de romper.


Referencias.

  • Diccionario de la Lengua Española. (s.f.). Recuperado el 16 de julio de 2025, de Real Academia Española: https://www.rae.es.
  • Donise, A. (2019). The Levels of Empathy. A Phenomenological Contribution to Psychopathology. Thaumázien(7), 54-76.
  • Smith, A. (1997). La Teoría de los Sentimientos Morales. (C. Rodríguez Braun, Trad.) Madrid: Alianza Editorial S.A.
  • Diccionario Etimológico Castellano en Línea: https://etimologias.dechile.net. Recuperado el 16 de Julio de 2025.

Sunday, August 10, 2025

Utilitarismo

 En aquel bosque había una regla fundamental que se imponía de manera imperativa y con lenguaje categórico, pero "empático": ser inclusivo. Todos los espacios y las decisiones eran inclusivas. Un día se generó un incendio. Entonces, los animales decidieron enviar a la tortuga para que volviera con ayuda. No se permitió que fuera la liebre porque la inclusion debía ser efectiva en términos prácticos y no solo discursiva. El bosque se incendió y se murieron todos; la tortuga ni siquiera alcanzó a salir del bosque. Lo único que sobrevivió fue el letrero donde decía: "aquí somos inclusivos".

Sunday, September 06, 2020

Tiempos pandémicos y retomar

 Esto ya tenía telarañas y se convirtió en un sitio arqueológico. Lo ya escrito pertenece a otro tiempo y mucho caudal ha pasado bajo el puente. Desde mi última publicación a la fecha he priorizado plantear mis ideas por FB, mucho más frecuentado y con la posibilidad de interactuar con cercanos plenamente identificados. No obstante, decidir retomar este espacio a fin de seguir las interesantes ideas que otros bloggers tienen para entregar.

Wednesday, July 31, 2013

Ataque a la Catedral

Sorprende que personas auto-percibidas como avanzadas de pensamiento hayan entregado la mejor de las motivaciones para endurecer la postura contra el aborto.